martes, 5 de mayo de 2009

d.1: Introducción

Introducción

“Expulsados 20 alumnos de San Blas por “conflictivos”. Educación propone ofrecer un tratamiento psicológico a los estudiantes que presenten más problemas de conducta. La conflictividad y la violencia en los institutos entre chavales del primer ciclo de Secundaria, de 12 a 14 años, va en aumento y a los profesores y directivos de los centros les resulta ya muy difícil controlar la situación”

Actualmente, raro es el día que los medios de comunicación no nos traen noticias como la anterior relacionadas con la violencia en los centros o la violencia juvenil. Parece como si de pronto la “violencia escolar” hubiese surgido de la nada y, a modo de ciclón, cobrase fuerza por minutos hasta extenderse por todos los lugares del mundo. Pero, ¿tan grave es el asunto? ¿Siempre ha existido violencia en los centros? ¿Por qué ocurre? ¿Cómo se puede evitar? Estas y otras muchas preguntas se hacen los profesores, los padres, los sociólogos, los pedagogos, los psicólogos y muchas otras personas de la sociedad. ¿Es verdad que, como afirman algunos agoreros, estamos en un camino sin retorno? ¿Será cierto que, como dicen otros muchos, hay una crisis de autoridad? El problema, como es lógico, es complejo y tiene infinidad de causas, que es necesario conocerlas para poder buscar las soluciones oportunas.

Sabemos que, tradicionalmente, la figura del maestro de escuela ha estado unida a los castigos corporales, castigos que eran utilizados por los maestros como medio para “estimular” el aprendizaje, sancionar las faltas de respeto y mantener el orden en el aula. Afortunadamente, hace ya tiempo que esa “disciplina” escolar nada tiene que ver con la realidad actual. Sin embargo, algo grave tiene que haber ocurrido en la sociedad para que el clima de convivencia escolar, el respeto del alumno hacia el maestro y hacia sus compañeros se haya deteriorado de tal manera para que la profesión docente tenga un elevado número de bajas por depresión, ansiedad y estrés.
A lo largo de este trabajo, se intenta hacer una aproximación a los conceptos de disciplina, conflicto y violencia escolar, acercando al lector a la imagen que de la escuela, y en concreto a la disciplina en los centros, han tenido algunos personajes históricos, manifestada a través de sus textos literarios. Asimismo, conoceremos cómo la legislación escolar española del siglo XIX abordaba todo lo relacionado con la disciplina en los centros, incluidos los premios y los castigos.


Vale de 10 puntos que se entregaban a los niños en el siglo XIX como premio a su buen comportamiento en clase. Museo del Niño. Albacete


1. LA REALIDAD ACTUAL

Si le preguntásemos a los profesores de Educación Primaria si existen problemas de disciplina en sus centros, dirían, muchos de ellos, que, si los hay, suelen ser escasos y de poca importancia. Y añadirían: “Ahora, los colegios, con la marcha de los alumnos del primer ciclo de Secundaria, se han convertido en balsas de aceite”. Y en gran parte, tienen razón, ya que los casos que ven la luz de violencia escolar están relacionados casi siempre con los centros de Secundaria. En Madrid, según el sindicato Comisiones Obreras, en 1999, más de 100.000 alumnos precisarían educación compensatoria debido al comportamiento agresivo que tienen en clase. Muchos profesores de Enseñanza Secundaria se quejan de que, ante el clima de insultos, peleas, faltas de respeto que día a día tienen que soportar, es imposible enseñar las materias.

La violencia escolar se manifiesta de múltiples maneras, bien entre alumnos de la misma clase o centro, o entre alumnos y profesores. No son raros los casos en que los profesores han sido agredidos por los alumnos. Otra forma de violencia escolar es la conocida como “acoso escolar”, en el que los “chulos” o “matones” del cole acosan a algunos de sus compañeros, hasta llegar incluso a provocar el suicidio por parte del escolar que es víctima de agresiones verbales y físicas.
Pero, ¿la violencia escolar sólo se da en nuestro país? Sabemos que no. Todos los días los informativos de la radio o la televisión y las noticias impresas de los periódicos nos traen noticias como éstas: “Dos estudiantes matan a balazos en Estados Unidos a 23 compañeros y profesores de su instituto. La policía cree que los asesinos, que iban armados y con rifles y granadas, se suicidaron. El presidente Clinton dijo: Quizá ahora Estados Unidos se despierte ante este desafío de la violencia juvenil”. “Detectives para vigilar a los niños. Una práctica para evitar malos tratos en las escuelas de Japón”. “Los profesores británicos podrían aprender autodefensa.
La Asociación Profesional de Profesores de Gran Bretaña ha pedido al Gobierno que los profesores reciban un entrenamiento similar al que reciben las fuerzas de seguridad para defenderse de los ataques de los alumnos, o acabar con las peleas entre ellos”.
La violencia escolar siempre parece que ha ido unida a sociedades industrializadas, sociedades en las que el ritmo de vida exige a los padres trabajar demasiadas horas fuera del hogar para poder satisfacer las cada vez mayores necesidades de consumo. Normalmente, en sociedades agrarias, en comunidades en donde las relaciones sociales son más intensas, en donde la vida es más tranquila, parece ser que no se dan tantos casos, por no decir, casi ninguno, de violencia escolar. De aquí, pues, que casi todas las noticias que leemos y oímos relacionadas con dicho tema procedan de países “avanzados” del Primer Mundo: Estados Unidos, Japón, Francia, Reino Unido, España…, o de suburbios de ciudades industriales del llamado Tercer Mundo: “En la Escuela Provincial Hugo Leonilli, de Córdoba (Argentina), un lugar en el extrarradio de la ciudad, lleno de barro y basura, los padres están preocupados por la violencia entre los chicos y por la falta de respuesta de las autoridades de esta escuela primaria”, según recogían los medios de comunicación de la ciudad cordobesa de Argentina.

La violencia escolar se manifiesta de muy diversas maneras, bien de forma física, que es la más corriente, y que suelen utilizar principalmente los chicos, o de forma verbal, más propio de las chicas. El agresor suele ser una persona que está frustrada en una sociedad muy competitiva, sociedad en la que se sienten inseguros y cuyos problemas suelen solucionarlos recurriendo a métodos violentos. La ira, el desprecio, la burla… suelen ser actitudes frecuentes en el violento. Los alumnos llegan a justificar que en un momento de ira de sus compañeros, estos pinchen las ruedas de sus profesores. La ansiedad y el estrés son otros de los factores que inciden en la violencia escolar.

LAS CAUSAS


Si les preguntamos a los padres y a los educadores, nos dirán que muchas de las causas de la violencia escolar están en la situación familiar y en los medios de comunicación. Familias poco estructuradas y en crisis, en donde se dan muchos casos de maltrato familiar, en donde, en muchas ocasiones, el niño o la niña permanece muchas horas en el hogar delante del televisor, “consumiendo todo tipo de programas, sin distinguir lo que es moralmente correcto de lo incorrecto, y sin vigilancia y ayuda de los padres, son algunos de los factores que propician el clima violento que se vive en muchos centros escolares. Para algunos psicólogos, la falta de respeto hacia los demás y la dificultad en las habilidades sociales son causas determinantes en las actitudes violentas.

Muchas personas mayores dicen que cuando ellos iban a la escuela no había lo que ahora llamamos “violencia escolar”, “existía un respeto hacia la figura del maestro y hacia los padres, cosa que ahora no ocurre”, añaden. Y, en cierto modo, tienen razón. En esas épocas se daba una familia con fuertes lazos de afectividad, con unas relaciones interpersonales claramente definidas y basadas en la autoestima. Entonces, los padres tenían tiempo para educar a sus hijos en valores como el esfuerzo, el trabajo, la ayuda a los demás, el aprovechamiento equilibrado del medio, el no despilfarrar los escasos bienes que estaban a nuestro alcance. Todo lo contrario de lo que ocurre ahora: las prisas, el no tener tiempo para dedicárselo a nuestro hijos, el consumir y tirar, el aparentar más que los demás, el individualismo. En definitiva, el materialismo puro y duro.

Para el profesor Chester Quarles, las causas de este clima de agresividad y violencia juvenil y escolar, están ligadas íntimamente a la realidad de la sociedad actual: “Somos el país más violento de la Tierra –para referirse a Estados Unidos-. Para el momento en que un niño cumple los 6 años, ya ha observado seis mil asesinatos y eso tiene un efecto catastrófico y devastante”. Los niños viven a diario en la televisión y en sus propias casas muchas situaciones de violencia que luego trasladan a los centros.

Para otros responsables de centros de prevención de violencia, las causas son iguales si esa violencia se manifiesta en la comunidad o en las escuelas. “Sabemos que está vinculada con familias alteradas, barrios desorganizados, adolescentes involucrados en drogas y alcohol, entre otras cosas”.
Los profesores suelen atribuir la violencia escolar a la permisividad en la familia: a los niños y jóvenes se les da todo lo que piden, no tienen límites; creen que todo se puede conseguir con la protesta y el llanto. “Antes, un profesor llegaba al aula y el respeto venía asumido desde la familia, ahora el niño es el ombligo del mundo, se le educa pensando que la vida es un huevo duro y que es todo para él. La pirámide, la de jerarquía, se ha invertido por una ausencia de valores que también se da entre los propios alumnos. Un niño que antes era buen estudiante era un ejemplo para el resto y ahora es objeto de burlas y de iras hasta el punto de que llega a cambiar su actitud para integrarse en el grupo”.

Para el periodista Carlos Herrera, la causa de esta violencia juvenil que padecemos está en “la colosal crisis de autoridad de las sociedades modernas –las más atávicas, curiosamente, no padecen este problema de forma tan aguda- ha ido minando las relaciones verticales de los individuos, los cuales, consecuencia de la educación de los últimos veinte o treinta años, no han recibido correctamente el mensaje cifrado que instala en su cerebros el concepto de esfuerzo y recompensa. Han recibido, en cambio, otro que atempera la relación entre la comisión de una falta y la pena consecuente: se pasea por las generaciones más jóvenes un inusual sentido de impunidad que envalentona sus fechorías. (…) Sumemos a ello la desestructuración que padece la institución familiar desde hace años y tendremos ya el cuadro a medio pintar”. Si bien, el autor del artículo, pone el acento en las medidas punitivas, sin embargo, es consciente que “harán falta muchas más, educativas, culturales, sociales, familiares, todas de plazo largo y lento.”

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