viernes, 30 de enero de 2009

b.1.- LA FAMILIA

Introducción
La familia en el pasado
La familia en la actualidad
Los cambios
Las causas de los cambios
La realidad actual:menos hijos por mujer
La realidad actual: hijos sin papá o sin mamá
La realidad actual: los hijos se independizan cada vez más tarde
La realidad actual: los abuelos ya no viven con ls nietos
El futura
El niño en el ciclo familiar
La maternidad
Introducción

La serie Cuadernos del Museo Pedagógico y de la Infancia de Castilla-La Mancha dedica este número a la institución familiar, de tan vital importancia para la vida del niño.

Es obvio que, desde el punto de vista histórico, no existe una diferenciación clara entre lo que ha sido la familia en Castilla-La Mancha a lo largo de la historia y lo que ha sido en otras regiones geográficas cercanas a nuestra Comunidad. Por ello, al tratar en estas breves páginas el tema al que hace referencia el título de este trabajo, lo hacemos con la conciencia de que la historia de la infancia y la familia en nuestra región es, en líneas generales, la historia de la infancia y la familia en otras regiones geográficas con las que mantenemos muchas similitudes, sobre todo la Región de Murcia, Andalucía Oriental y Extremadura. Por ello, el título no puede llevarnos a engaño, creyendo que lo que define a la familia en esta región que administrativamente conocemos como Castilla-La Mancha es exclusivo de este espacio geográfico.

Hecha la anterior advertencia, debemos decir que con estos cuadernos pretendemos divulgar entre el público en general y entre los docentes, en particular, diversos aspectos relacionados con los temas a los que hace referencia el Museo Pedagógico y de la Infancia de Castilla-La Mancha (Museo del Niño) y que pueden servirnos para conocer y, en consecuencia, valorar mucho mejor la historia de las gentes de nuestra región, es decir, la historia familiar, la historia privada de las personas que en definitiva son las que, con su abnegado trabajo y su esfuerzo cotidiano. han hecho posible la otra historia, la historia “oficial”, la que ha sido escrita para mayor gloria de los gobernantes. La historia de lo familiar está en la línea de la Escuela francesa de los Annales, la que da importancia al hacer cotidiano de las gentes de un lugar, bien sea sus costumbres o su lengua o su forma de construir la vivienda o de trabajar la el campo. Aquí son los protagonistas los hombres y las mujeres anónimos de una aldea o de un pueblo que día a día han hecho posible con su esfuerzo y trabajo diarios la realidad actual de nuestro país.


LA FAMILIA EN EL PASADO

En el siglo XIX y gran parte del siglo XX, la familia, en lo que actualmente es el territorio de Castilla-La Mancha, era nuclear, es decir, se centraba en la autoridad paterna y se componía normalmente de parejas con hijos; aunque, en determinados lugares del medio rural, sobre todo en las aldeas serranas, también solía darse el otro tipo de familia, el troncal, caracterizado por una comunidad de parientes (abuelos, tíos, sobrinos, primos e hijos), en las que el abuelo ocupaba un lugar predominante en la jerarquía social.

En ambos tipos de familia, era frecuente el elevado número de hijos (de cuatro a diez), sobre todo en el campo, donde el padre prefería tener hijos varones en vez de hijas, con el fin de poder dedicarlos a las tareas agrícolas y ganaderas. Era tal el interés que el padre mostraba por tener hijos que, cuando ello no ocurría, llegaba incluso a recriminárselo a su mujer, retirándole la palabra, como si la madre fuera la culpable de ello.


LA FAMILIA EN LA ACTUALIDAD

“Menos hijos, pero a gusto en casa. Los abuelos, a su aire. Los padres han perdido autoridad. Las madres han ganado vida propia. Menos bodas y más divorcios. Así son las familias españolas de fin de siglo”.


LOS CAMBIOS

La familia actual nada tiene que ver con la de hace veinte o treinta años, y mucho menos, por supuesto, con la de principios de siglo XX. En las últimas décadas, la familia, al igual que otras instituciones, ha experimentado un cambio mucho más acentuado que en todo el siglo XX. La familia actual se diferencia sustancialmente de la de los años cincuenta o sesenta. Ahora, la madre sale de casa para realizar trabajos fuera del hogar, hay menos hijos y tardan más en independizarse. A su vez, los padres son mucho más tolerantes con sus hijos.

LAS CAUSAS DE LOS CAMBIOS

Pero, ¿qué dicen los expertos sobre las posibles causas de esta realidad? El profesor Pérez Díaz, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, afirma: “Los cambios que está experimentando ahora la familia son herencia de los que sucedieron en los años sesenta; sobre todo es un paso hacia una familia poco autoritaria, más tolerante. Y quienes lo han dado son los que defendieron en los años sesenta el principio de vive y deja vivir”.
Según el demógrafo Lluis Flaquer, “la incorporación de la mujer al mercado de trabajo está detrás de todos los grandes cambios que está viviendo la familia”. Es obvio, que la mujer, al trabajar fuera del hogar, aporta ingresos y tiene más formación y más información. Antes la familia se estructuraba en torno al padre de familia, ahora, podemos afirmar que hay dos cabezas de familia: la madre y el padre, ya que ambos -en muchos de los casos- aportan ingresos al presupuesto familiar.

Para otros autores, el individualismo que impera en la sociedad actual está influyendo notablemente en la familia. El sociólogo Enrique Gil Calvo asegura que “antes había una dependencia moral del padre de familia, por dependencia económica. El padre traspasaba al hijo la ideología, el trabajo y las relaciones sociales. Ahora no hereda casi nada. Cada generación es mucho más autodidacta. La familia era la red protectora para los varones; ahora sirve algo de colchón, frente al paro por ejemplo, pero ya no determina el futuro de las personas; en la sociedad competitiva actual tiene ya una incidencia muy mermada”.

LA REALIDAD ACTUAL: MENOS HIJOS POR MUJER

En los inicios del siglo XXI, España tiene la tasa de natalidad más baja del mundo, en torno a 1,18 hijos por mujer, muy por debajo de la media europea. Estamos por debajo de la cifra que se considera necesaria para que exista un recambio generacional: el 2,1%. Para la gran mayoría de los españoles, el número ideal de hijos es dos, pero la realidad desmiente esa cifra, ya que muchas parejas cuando deciden tener hijos es demasiado tarde, y sólo tienen uno.

El autor de “La familia, ¿está en crisis”, Paulino Castell, afirma que “con el hijo único, la sociedad está perdiendo el sentido de solidaridad y fraternidad, pues tener hermanos es un aprendizaje para el futuro ciudadano”. El descenso de hijos se ha debido no solamente a la incorporación de la mujer al trabajo, sino al uso de anticonceptivos y a las necesidades económicas que requiere un número mayor de hijos.
En el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX, se tenían muchos hijos porque era la única forma de que quedase al menos dos o tres en la familia, dadas las altas tasas de mortalidad infantil, y, también, porque así se aseguraba la suficiente mano de obra para ayudar al padre campesino. Ahora, todo esto ha cambiado: las mejoras higiénicas y sanitarias han permitido reducir al mínimo las tasas de mortalidad infantil, y los hijos ya no “vienen con un pan bajo el brazo”.
Otras de las posibles causas del bajo número de hijos por familia, son las escasas ayudas que presta el Gobierno a la familia, si se compara con otros países de nuestro entorno europeo, como Francia, por ejemplo. La ayuda a la familia es muy baja en nuestro país. Un estudio de la Comisión Europea señala que la media europea de apoyo a la familia representa un 7% de toda la protección social; en España no llega al 1%.

LA REALIDAD ACTUAL: HIJOS SIN PAPÁ O SIN MAMÁ

Cada vez son más frecuentes en nuestro país las familias monoparentales, es decir, aquellas en las que falta un cónyuge. Con el aumento de madres solteras y de los divorcios y separaciones, cada vez hay más familias de este tipo en nuestro país.

LA RELIDAD ACTUAL: LOS HIJOS SE INDEPENDIZAN CADA VEZ MÁS TARDE

Hasta bien entrada la década de los años setenta, cuanto antes se marchara uno de casa mejor. Ahora, la edad de la independencia de los hijos se ha retrasado notablemente. Menos hijos, pero cada vez se quedan más en casa. Y esto es algo que nos diferencia mucho del resto de los países europeos. Una de las posibles causas puede estar relacionada con la precariedad del empleo. Pero, sin embargo, lo cierto es que los jóvenes se encuentran a gusto en casa, porque los padres son más tolerantes. En países como Dinamarca o Suecia, los jóvenes abandonan el hogar a edades tempranas, para buscarse la vida por su cuenta.

LA REALIDAD ACTUAL: LOS ABUELOS YA NO VIVEN CON LOS NIETOS

Antes era frecuente ver en los hogares de los pueblos a los abuelos conviviendo con sus hijos y con sus nietos. Hoy esta imagen es inusual. ¿A qué ha sido debido? A varias causas. Primero, la familia ha dejado de ser una familia rural para convertirse en urbana, con lo que ello conlleva en cuanto al tamaño de la vivienda. En segundo lugar, el Estado del bienestar y el sistema de pensiones han logrado crear unas condiciones mínimas para que los abuelos vivan por su cuenta.
¿Qué consecuencia tiene todo esto para la educación de los nietos? Antes, los abuelos eran agentes activos en la socialización de los más pequeños y en el proceso de culturización, transmitiéndoles todo un bagaje cultural del que ellos habían sido depositarios. Antiguamente, la abuela enseñaba a su hija todo; desde qué hacer en el parto hasta cómo actuar con el bebé. Por otro lado, al “apartar” a los viejos del resto de la familia, estamos siendo injustos con los mayores, ya que estamos echando por la borda todo un potencial educador y de transmisión de valores como son o eran nuestros abuelos.

EL FUTURO

Para el demógrafo y miembro del Observatorio Europeo sobre Políticas de la Familia, Juan Antonio Fernández Cordón, “(…) la familia se va a fortalecer, y la Comisión Europea está muy interesada en ello, porque se ve como un sustituto de un Estado del Bienestar que anda un poco renqueante”. Amalia Gómez, ex secretaria general de Asuntos Sociales, señala que “la familia del siglo XXI va a ser mejor, cada vez más tolerante y solidaria, integrada en su entorno, con respeto al medio ambiente, con mejor salud de las personas mayores (…).


EL NIÑO Y EL CICLO FAMILIAR

El niño, a lo largo de la historia, ha sido el nexo de unión de la vida familiar. Era, y sigue siéndolo, el elemento que daba continuidad de un modo natural a la institución familiar. Los padres se “renovaban” en sus hijos, los que a su vez, con el paso de los años, se convertirían en progenitores que garantizarían la renovación de la especie.
Por otro lado, desde la concepción cristiana del matrimonio, los padres se veían obligados a traer hijos al mundo, ya que era una de las finalidades principales de dicho sacramento. De aquí, pues, que cuando en una familia no había hijos, por esterilidad de la mujer o del hombre (aunque en este último caso no se llegaba a considerar como tal, ya que, desde una visión machista de la sociedad, el estéril no podía ser el hombre, sino la mujer) se creía que era debido a un castigo divino (“Dios no ha querido que tengamos hijos, algo habremos hecho”) por algún pecado cometido en la juventud o en el propio seno del matrimonio.

Desde el punto de vista de la hacienda familiar, el tener hijos era una manera de asegurar el futuro de la misma, dando razón de ser al esfuerzo y a las muchas privaciones que tanto el padre como la madre realizaban en sus trabajos cotidianos, especialmente cuando eran familias campesinas, que trabajaban de sol a sol. Tener descendencia era considerado como la única manera de continuar la estirpe familiar, de unir pasado y futuro, tal como señala Jacques Gélis (1990) en su obra “Historia de la vida privada”: los adultos en edad de tener hijos establecían el vínculo entre pasado y futuro, entre una humanidad pasada y una humanidad venidera. Y en esa función reproductora y de proyección del pasado familiar hacia el futuro, era a la mujer a quien correspondía el papel fundamental, pues ella, mediante esta labor de criar al hijo y de educarle en los valores familiares, era la depositaria de la familia y de la especie.

Para que la función procreadora pudiese llevarse a cabo en su vientre, la mujer consideraba que debía someterse a un conjunto de ritos más o menos mágicos, relacionados en unos casos con sus creencias cristianas y en otros con la santería o brujería. En el medio rural, la mujer se sometía a distintos ritos de fecundidad, bien acudiendo a santuarios marianos para implorar de la Virgen María determinadas gracias para que se quedase embarazada o en caso de ya estarlo solicitar que el futuro bebé naciese con “gracia”. Otras veces, acudía a curanderos o santeros que le recomendaban beber agua de diversas fuentes o llevar a cabo diversas acciones que rayaban en la brujería.
Si un matrimonio no tenía hijos, le quedaba el remedio de la adopción, pero esto no era considerado como algo normal en el siglo XIX o en la primera mitad del XX, pues, ante los ojos de los vecinos, denotaba que algo había “fracasado” en el matrimonio, que no era un matrimonio “bendecido por el señor”; al contrario que en la actualidad, en donde la adopción es una actitud libremente tomada por aquellos padres que deciden formar una familia bien con sus propios hijos biológicos o con otros niños de otras culturas. Ahora, la adopción no es sinónimo de esterilidad, antes sí.
En muchos lugares de Castilla-La Mancha, la adopción se llevaba a cabo dentro del amplio concepto de la familia rural, acogiendo en el hogar a algún sobrino o sobrina del marido o de la mujer, con el fin de asegurar su vejez y su hacienda.
El ciclo de la vida se iniciaba en el niño y finalizaba en el abuelo. Ambos, niño y abuelo eran personajes importantes en la tradicional familia rural. Por ello, no es de extrañar el que a los niños se les pusiese el nombre de los abuelos, como un modo de asegurar la permanencia de la familia en el devenir de los años.


LA MATERNIDAD

Durante el siglo XIX y gran parte del XX, muchas mujeres veían su vida dedicada casi por completo a la cría de los hijos y al cuidado de la casa. En esas épocas era normal tener varios hijos, por lo que la maternidad se prolongaba hasta bien entrada la madurez de la mujer.
El niño venía al mundo en la habitación de sus padres, con el cuidado de las mujeres de la familia que ya tenían experiencia en estas lides. Otras veces se recurría a una partera, mujer que tenía “gracia” y buenas mañas para traer niños al mundo. En algunas comarcas de nuestra región, como en el Campo de Hellín, se hacían determinados ritos para conseguir un buen parto. Así, en el aceite del candil se introducían los dedos índice y corazón de una mano, procurando que en dicho aceite hubiese una mosca o una hormiga muertas. Una vez mojados los dedos, se introducían en la vagina de la mujer parturienta haciendo movimientos circulares rápidos al mismo tiempo que se decía esta oración:

El aceite es óleo,
el aceite es santo,
el aceite lava,
el aceite mancha.
Que mis dedos den
a esta entraña llena
lisura y calmura
que la dejen blanda.
(Revista Zahora, nº 7. 1998)

El niño venía al mundo en la cama de los padres, pero también podía ocurrir que si nacía en invierno y para facilitar que la madre hiciese fuerza, se ponía a ésta tumbada sobre una manta en el suelo, junto a la lumbre del hogar, y apoyada la espalda en el respaldo de una silla que estaba inclinada en el suelo. Así, de esta manera, agarrada a los palos de la silla, la madre hacía fuera y con la ayuda de la partera traía a su hijo al mundo.
Para que el niño naciese bien, se decían oraciones como la siguiente: “El que todo lo puede y me mira “dende” lo alto me escuche: que la criatura nazca con los “huevos” en sus sitio, si es ley de Dios que sea varón; y que haga buen uso de su pechina si ha de ser niña”.
La madre amamantaba a sus hijos con leche de sus pechos hasta que aquellos tenían dientes, y cuando ello no era posible, se recurría a amas de leche o amas de cría. Los más pequeños tomaban el pecho hasta los dos años y si la madre no tenía suficiente leche se les daba leche de cabra. En Nerpio, en la Sierra de Segura, daban a las mujeres recién paridas bellotas para que produjeran más leche.

En Socovos, también en la misma sierra, se cocían semillas de higuera infernal y en el agua del cocido se mojaban paños que se ponían en los pechos de las mujeres para evitar que se les cortase el caño de la leche (Revista Zahora, nº 28).

Cuando el niño podía tolerar otro tipo de comida, también se les daba sopas y patatas del cocido y migas de harina. Tanto en La Mancha como en la Sierra era frecuente hacer migas dulces, con azúcar tostada y harina. Cuando el niño tenía dientes, participaba de la comida de los padres, comiendo patatas fritas, migas, ajo atascacaburras, patatas picás, ajo y aceite y bacalao.
Hasta la segunda mitad del siglo XX, muchas madres y muchos bebés morían en el parto o en los días inmediatamente posteriores, debido a problemas surgidos en el propio parto o en el postparto, todos ellos relacionados con enfermedades infecciosas o falta de higiene. En Castilla-La Mancha el índice de mortalidad infantil en el siglo XIX y primera mitad del XX era muy alto. Por ello, no es de extrañar que los padres relativizasen la muerte de un hijo recién nacido o con pocos días o meses, pues sabían que era algo habitual en esa época, y, además, había otros hijos que “sustituían” la vacante dejada. Se tenían muchos hijos (de 5 a 10) por muchas razones, una por el alto índice de mortalidad que existía; otra como medio de asegurarse suficiente mano de obra para atender todas las necesidades de la familia: trabajos en el hogar, faenas del campo, cuidado de los animales, etc.

La mortalidad infantil era muy alta en las actuales tierras de Castilla-La Mancha. En el primer tercio del S.XX, Yeste, La Alcarria y La Mancha Centro tenían un índice de mortalidad superior al 200 por 1000.

En los primeros años de vida del bebé, éste solía padecer, entre otras enfermedades, la tosferina, las fiebres tifoideas, las diarreas y las ocasionadas por la miseria y el hambre. El tratamiento habitual de las enfermedades infantiles era empírico, recurriéndose en muchos casos a remedios caseros y a plantas medicinales.

La superstición predominaba en el mundo rural. Así, para proteger al bebé de determinadas enfermedades y de la propia muerte, se le colocaba en el cuello un escapulario, con la imagen del Sagrado Corazón, o amuletos. El mal de ojo era frecuente en esas épocas. Los síntomas del niño “aojado” eran la tristeza, la palidez, la falta de apetito y los dolores intestinales. En estos casos, la madre llevaba a su hijo a curanderas o aojadoras (mujeres con gracia para curar el mal de ojo), las cuales utilizaban determinados conjuros y potingues para ahuyentar dicho mal del niño. Con la presencia de una bolsita de pelos del niño y echando unas gotas de aceite en un vaso con agua, averiguaban si el niño estaba aojado, y, en caso afirmativo, se actuaba en consecuencia, mediante rezos y señales de la cruz sobre la frente y el pecho del niño para sanarlo. Como remedios preventivos, se ponía una cintita roja en la muñeca del bebé, a modo de brazalete, o un amuleto a base de ajo, o un colgante en el cuello con una mano con el puño cerrado y el pulgar asomando entre los dedos índice y medio, o una bolsita con tallitos de romero.
En Boche (Yeste), se arrojaba a la pila bautismal tres semillas de la planta pionia para mojar la cabeza del niño en el agua y evitarle que le hiciese el mal de ojo; luego, con dichas semillas se metían dentro de una bolsita a modo de escapulario que era colgado del cuello del niño. En La Graya se hacían estos escapularios con tres gramos de sal, tres granos de trigo, tres mollas o migas de pan, una cruz de romero, una cruz hecha con pelo de tejón rojo y tres piedrecitas cogidas en Jueves Santo o Domingo de Resurrección.

Otras enfermedades frecuentes en la infancia eran la tosferina, los dolores de cabeza debidos a insolaciones y los dolores intestinales por lombrices en los intestinos. La tosferina y otras “toses” se curaban con plantas medicinales como tisanas hechas con hojas de higuera, romero o cebolla. También se le daba al niño agua de siete fuentes distintas. En la sierra de Nerpio, a los niños que tenían lombrices les restregaban un ajo por el ano tres veces al día, y así durante varias jornadas hasta que curaba. En otros lugares de nuestra región, daban al niño infusión de hierba buena o de hinojo.
La pobreza y otras circunstancias, como el embarazo de la mujer fuera del matrimonio o el desinterés de algunas madres, contribuían al aborto o al abandono del recién nacido en la puerta de algunas casas de buena posición económica, en el atrio de las iglesias y de los conventos, en la propia calle o en las Casas Cuna (instituciones benéficas que se dedicaban a acoger y cuidar a los niños expósitos). La vida de los niños abandonados en La Inclusa (Casa-Cuna) se desarrollaba -en muchos casos- con bastantes dificultades. La lactancia del niño la realizaba un ama de cría que tenía a su cargo varios niños para amamantar, por lo que no siempre su alimentación se realizaba en las mejores condiciones. A los siete años pasaban a los colegios de desamparados.
El papel de la madre era idealizado por la sociedad y por la propia Iglesia. La mujer era, pues, la reina del hogar; mientras que los niños eran los reyes de la casa. La mujer, antes de su alfabetización masiva y de su incorporación a los estudios superiores y al mundo del trabajo, se dedicaba básicamente a parir hijos, a criarlos, a ocuparse de las faenas de la casa, a hacer agradable la vida al marido y a velar por la economía doméstica, aparte de ayudarle en las faenas del campo, cuando se trataba del mundo rural.
En las familias ricas, se recurría con frecuencia a la nodriza, mujer encargada de amamantar o criar a los recién nacidos. En estos casos, la madre se dedicaba a cuidarse, a asistir a fiestas sociales y a acompañar a su marido en aquello actos que lo requerían.Junto con la madre, eran las hijas y los abuelos los encargados del cuidado del niño en sus primeros años de vida. El padre, en cambio, se limitaba a representar la autoridad en el hogar, a dar cohesión a la familia, a marcar las pautas de comportamiento de los hijos, sin preocuparle esos pequeños detalles que para él eran alimentar a los hijos pequeños, asearlos, vestirlos, estar junto a su cama cuando estaban enfermos, procurarles una adecuada educación moral e intelectual... Todo esto, desde la distribución de papeles en el seno familiar, era competencia de la madre.

Los abuelos desempeñaban un papel importante en la transmisión de valores y en el cuidado de los nietos. Para que nos demos una idea aproximada de las funciones de la madre en el siglo XIX y primera mitad del XX, he aquí un decálogo de obligaciones dado a conocer en la revista “La madre y el niño” de 1883:

1. Criarás a tu hijo con la leche de tus pechos, y, si no es posible, vigilarás atentamente su alimentación.
2. No le destetarás hasta que tenga dientes, señal de que puede digerir, y aún así, no le darás alimentos fuertes.
3. No usarás más medicamentos que los que el médico te ordene, rechazando toda intrusión de comadre.
4. Tendrás siempre limpio a tu hijo, como lo manda la madre ciencia, no abrumándole con ropa ni desnudándole imprudentemente.
5. No le obligarás a dormir en vano, ni le alimentarás a todo momento.
6. Le darás diariamente un baño de aire puro, y a ser posible, de agua fresca.
7. No le permitirás que escuche ruidos desagradables, no le expongas a focos de luz muy fuertes, ni le acostumbres a seguir sus caprichos.
8. Le vacunarás sin pretexto alguno.
9. No obligarás a tu hijo a hacer esfuerzos materiales ni intelectuales que no estén relacionados con sus condiciones físicas o mentales.
10. Le acostumbrarás a sufrir las penalidades de la vida, a creer en algo, y a practicar el lema de si quieres ser amado, ama.

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