domingo, 1 de febrero de 2009

b.3.- IMÁGENES: Cuaderno nº 7

Cuadernos del Museo
Historia de la Infancia y la Familia














Era frecuente el elevado número de hijos (de cuatro a diez), sobre todo en el campo, donde el padre prefería tener hijos varones en vez de hijas, con el fin de poder dedicarlos a las tareas agrícolas y ganaderas. Era tal el interés que el padre mostraba por tener hijos que, cuando ello no ocurría, llegaba incluso a recriminárselo a su mujer, retirándole la palabra, como si la madre fuera la culpable de ello. (Fot.izq. Casasimarro-Cuenca,1915)
















En los inicios del siglo XXI, España tiene la tasa de natalidad más baja del mundo, en torno a 1,18 hijos por mujer, muy por debajo de la media europea. Estamos por debajo de la cifra que se considera necesaria para que exista un recambio generacional: el 2,1%. Para la gran mayoría de los españoles, el número ideal de hijos es dos, pero la realidad desmiente esa cifra, ya que muchas parejas cuando deciden tener hijos es demasiado tarde, y sólo tienen uno.

Otras de las posibles causas del bajo número de hijos por familia, son las escasas ayudas que presta el Gobierno a la familia, si se compara con otros países de nuestro entorno europeo, como Francia, por ejemplo. La ayuda a la familia es muy baja en nuestro país. Un estudio de la Comisión Europea señala que la media europea de apoyo a la familia representa un 7% de toda la protección social; en España no llega al 1%.

Cada vez son más frecuentes en nuestro país las familias monoparentales, es decir, aquellas en las que falta un cónyuge. Con el aumento de madres solteras y de los divorcios y separaciones, cada vez hay más familias de este tipo en nuestro país.




La madre amamantaba a sus hijos con leche de sus pechos hasta que aquellos tenían dientes, y cuando ello no era posible, se recurría a amas de leche o amas de cría. Los más pequeños tomaban el pecho hasta los dos años y si la madre no tenía suficiente leche se les daba leche de cabra. En Nerpio, en la Sierra de Segura, daban a las mujeres recién paridas bellotas para que produjeran más leche.
En Socovos, también en la misma sierra, se cocían semillas de higuera infernal y en el agua del cocido se mojaban paños que se ponían en los pechos de las mujeres para evitar que se les cortase el caño de la leche (Revista Zahora, nº 28).

Cuando el niño podía tolerar otro tipo de comida, también se les daba sopas y patatas del cocido y migas de harina. Tanto en La Mancha como en la Sierra era frecuente hacer migas dulces, con azúcar tostada y harina. Cuando el niño tenía dientes, participaba de la comida de los padres, comiendo patatas fritas, migas, ajo atascacaburras, patatas picás, ajo y aceite y bacalao.


La mortalidad infantil era muy alta en las actuales tierras de Castilla-La Mancha. En el primer tercio del S.XX, Yeste, La Alcarria y La Mancha Centro tenían un índice de mortalidad superior al 200 por 1000. (Ilustración: “¡Pobre madre!”. Pellicer. 1877)
En los primeros años de vida del bebé, éste solía padecer, entre otras enfermedades, la tosferina, las fiebres tifoideas, las diarreas y las ocasionadas por la miseria y el hambre. El tratamiento habitual de las enfermedades infantiles era empírico, recurriéndose en muchos casos a remedios caseros y a plantas medicinales.






Amuleto para colgar en el cuello del niño y ahuyentar el mal de ojo.

La superstición predominaba en el mundo rural. Así, para proteger al bebé de determinadas enfermedades y de la propia muerte, se le colocaba en el cuello un escapulario, con la imagen del Sagrado Corazón, o amuletos. El mal de ojo era frecuente en esas épocas. Los síntomas del niño “aojado” eran la tristeza, la palidez, la falta de apetito y los dolores intestinales. En estos casos, la madre llevaba a su hijo a curanderas o aojadoras (mujeres con gracia para curar el mal de ojo), las cuales utilizaban determinados conjuros y potingues para ahuyentar dicho mal del niño.






El papel de la madre era idealizado por la sociedad y por la propia Iglesia. La mujer era, pues, la reina del hogar; mientras que los niños eran los reyes de la casa. La mujer, antes de su alfabetización masiva y de su incorporación a los estudios superiores y al mundo del trabajo, se dedicaba básicamente a parir hijos, a criarlos, a ocuparse de las faenas de la casa, a hacer agradable la vida al marido y a velar por la economía doméstica, aparte de ayudarle en las faenas del campo, cuando se trataba del mundo rural.
En las familias ricas, se recurría con frecuencia a la nodriza, mujer encargada de amamantar o criar a los recién nacidos. En estos casos, la madre se dedicaba a cuidarse, a asistir a fiestas sociales y a acompañar a su marido en aquello actos que lo requerían.Junto con la madre, eran las hijas y los abuelos los encargados del cuidado del niño en sus primeros años de vida. El padre, en cambio, se limitaba a representar la autoridad en el hogar, a dar cohesión a la familia, a marcar las pautas de comportamiento de los hijos, sin preocuparle esos pequeños detalles que para él eran alimentar a los hijos pequeños, asearlos, vestirlos, estar junto a su cama cuando estaban enfermos, procurarles una adecuada educación moral e intelectual... Todo esto, desde la distribución de papeles en el seno familiar, era competencia de la madre.




La buena madre y la mala madre.Según la mentalidad del s.XIX. (Campi.1877)

Para que nos demos una idea aproximada de las funciones de la madre en el siglo XIX y primera mitad del XX, he aquí un decálogo de obligaciones dado a conocer en la revista “La madre y el niño” de 1883:


1. Criarás a tu hijo con la leche de tus pechos, y, si no es posible, vigilarás atentamente su alimentación.
2. No le destetarás hasta que tenga dientes, señal de que puede digerir, y aún así, no le darás alimentos fuertes.
3. No usarás más medicamentos que los que el médico te ordene, rechazando toda intrusión de comadre.
4. Tendrás siempre limpio a tu hijo, como lo manda la madre ciencia, no abrumándole con ropa ni desnudándole imprudentemente.
5. No le obligarás a dormir en vano, ni le alimentarás a todo momento.
6. Le darás diariamente un baño de aire puro, y a ser posible, de agua fresca.
7. No le permitirás que escuche ruidos desagradables, no le expongas a focos de luz muy fuertes, ni le acostumbres a seguir sus caprichos.
8. Le vacunarás sin pretexto alguno.
9. No obligarás a tu hijo a hacer esfuerzos materiales ni intelectuales que no estén relacionados con sus condiciones físicas o mentales.
10. Le acostumbrarás a sufrir las penalidades de la vida, a creer en algo, y a practicar el lema de si quieres ser amado, ama.















De todas las fiestas, la llegada de los Reyes Magos era la más deseada por los niños, quienes solían poner sus zapatos en los balcones, ventanas o chimeneas para que los reyes depositasen en ellos los regalos que anteriormente habían solicitado por escrito o no. En muchas familias, los reyes solían traer regalos de lo más sencillos: un par de calcetines, una caja de mazapán, unas naranjas, una simple muñeca de cartón, una trompeta, un juego de aros o una tartana de hojalata. Los regalos más caros o más sofisticados quedaban reservados para los hijos de las familias burguesas: la famosa Mariquita Pérez (con su colección de trajecitos), muñecas de porcelana, casas de muñecas, colecciones de soldaditos de plomo y coches con pedales para los niños.



La Primera Comunión coincidía con la entrada del niño en la pubertad. Era, por lo tanto, un rito iniciático que unía lo religioso con lo pagano. El vestido de las chicas de familias pobres lo solían coser las propias madres o abuelas, mientras que en las familias ricas eran las modistas las encargadas de coserlo. Muchas veces se recurría al préstamo de esta prenda para evitar gastos. La invitación se hacía únicamente a los familiares o amigos muy íntimos. La comida para celebrarlo –si es que se hacía- era sencilla, nada parecido a lo que se hace actualmente






Para enseñarles a andar, se recurría, en la mayoría de los casos, al gateo y llevarlos de las manos: Yo me acuerdo de ver a mi hermano más pequeño en una jarapa (tirado) en el suelo (Liétor). Es que no tenía tiempo de jugar, tenía tiempo de coger a mis hermanos de la mano y enseñarlos a andar (Villanueva de la Jara). A veces, se utilizaban algunos artilugios hechos casi siempre por los mismos padres: …entonces, no me acuerdo yo con qué era… unas andaderas, también que se hacían con pana, se hacían como unos tirantes, se los ponían y cogías así de arriba y para ir andando. Y el carro también, esos de madera, que tienen ruedas, te metían en el carro y también te empujaban (Villarrobledo). Yo los metía en un carro de madera que tenía unas tablicas y un redondo en medio y tenía así como un pasador, pero de madera, pa sujetar la tabla, pa que no se cayera. Era la medida del cuerpo, y luego los sacaba, los paseaba yo por la casa (Casas de Lázaro ).




Los padres intentaban educar a sus hijos en el hogar a través de ejemplos e imitaciones y teniendo muy claro el papel que desempeñaba el padre (la autoridad, la experiencia, el poder) y la madre (el amor, los sentimientos, la protección). Los niños solían imitar al padre y las niñas a la madre. El trabajo, el respeto a las personas mayores, la obediencia y el respeto por el dinero ganado con el sudor de la frente, eran valores que se intentaban inculcar desde la más tierna edad. Las clases sociales altas recurrían a ayas para la educación de los hijos.
Los niños no eran educados igual que las niñas. Mientras que los primeros eran instruidos en las tareas del campo o del artesanado (en el caso de las familias pobres), o para desempeñar el poder en una empresa o en una actividad de servicios, en el supuesto de las familias burguesas; las niñas, en ambos casos, debían estar preparadas para ser buenas amas de casa, buenas esposas y buenas madres.




El niño también se socializaba en la escuela, además de aprender los conocimientos básicos de la lectoescritura y del cálculo, que distaba mucho de ser algo parecido al sistema educativo actual o al menos algo que tuviera una estructura en la que participaran, en mayor o menor grado, los elementos que forman parte de la comunidad educativa, tuviera un respaldo social grande o un interés manifiesto y claro de los propios padres y de las autoridades de la época.
Había también grandes diferencias según se viviera en una ciudad, en un pueblo o en una aldea o casa de campo, tan abundantes entonces. Se enviaba a los niños y niñas a la escuela, a “enseñarles algo”, cuando no se necesitaban para otra cosa, por la noche y con alguna persona, sin titulación en muchos casos, que tenía entre el grupo de personas con las que convivía, cierto saber de letras y números. En muchos casos, a estas personas si no eran maestros les servían las clases que daban para ganar unas “pesetillas”, para recoger algún pollo, conejo o docena de huevos que el alumnado les ofrecía como pago por sus servicios y que no les venían nada mal para su maltrecha economía, que al parecer era casi general. En otros casos, eran maestros nacionales los que impartían las clases y por supuesto la situación económica en la que se encontraban era la misma, o peor que la de sus vecinos, de ahí el dicho generalizado, “pasas más hambre que un maestro de escuela”.





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