sábado, 31 de enero de 2009

b.2.- LA INFANCIA

Los rituales de la infancia
La socialización del niño
Testimonios de familia
Bibliografía
LOS RITUALES DE LA INFANCIA

Hasta bien entrado el siglo XX, se procedía a bautizar al recién nacido inmediatamente después del nacimiento, debido a la elevada tasa de mortalidad infantil que se daba en los primeros días tras el parto. Al bebé se le daba agua de socorro para impedirle que su alma vagara por el limbo, en el supuesto de que muriese. Si el recién nacido era varón, los padrinos (compadres) eran los abuelos paternos, y se era hembra, los abuelos maternos. Se solía poner al niño el nombre del santo del día seguido del de los padrinos. Para celebrar el bautizo, había una comilona basada en carne de cabrito, cordero o pollos de corral, que reunía al cura, a parientes y amigos.
Además de estas dos fiestas, había otras unidas a la infancia, como la Navidad, los Reyes Magos, el Carnaval y los Mayos. En Navidad, además de poner el belén, los niños pedían el aguinaldo de casa en casa, y luego se dedicaban a repartir lo recogido entre todos o comérselo en el supuesto de que fuesen mantecados, higos secos, bellotas, turrón...

De todas las fiestas, la llegada de los Reyes Magos era la más deseada por los niños, quienes solían poner sus zapatos en los balcones, ventanas o chimeneas para que los reyes depositasen en ellos los regalos que anteriormente habían solicitado por escrito o no. En muchas familias, los reyes solían traer regalos de lo más sencillos: un par de calcetines, una caja de mazapán, unas naranjas, una simple muñeca de cartón, una trompeta, un juego de aros o una tartana de hojalata. Los regalos más caros o más sofisticados quedaban reservados para los hijos de las familias burguesas: la famosa Mariquita Pérez (con su colección de trajecitos), muñecas de porcelana, casas de muñecas, colecciones de soldaditos de plomo y coches con pedales para los niños.

La visita de los Reyes Magos no estaba tan generalizada en todas las casas y lugares como actualmente, pues está claro que las cosas que traían dependían de la situación económica familiar. La mayoría de las veces el dinero era algo tan especial y difícil de adquirir que algunas de sus necesidades mínimas las tenían que conseguir con intercambio de productos, pero esto no importaba ya que la ilusión infantil hacía el resto, como así se pone de manifiesto en algunos entrevistados: Para los reyes me echaban un mantecao y una onza de chocolate. Teníamos una cámara, así muy alta. Tenía una ventana muy chiquitina y allí yo ponía un poco de paja en un cesto. Decía mi madre: sube antes de que se haga de noche y ponéis la paja. Mi hermano y yo poníamos la paja y a otro día yo subía cuando me levantaba y había una onza de chocolate y el mantecado.
Yo contentísma, porque el chocolate no lo probaba nunca y los mantecados los hacíamos por Navidad...Yo con seis o siete años me creía lo de los reyes magos, y decía “es que vienen los camellos de noche y lo dejan”. Yo decía “¿Cómo puede ser que tenga un camello el cuello tan largo para llegar a la ventana tan alta? Pero a mi no me entraba aquello (Liétor). Algo distinto era en otras casas con cierta suficiencia económica donde, además de dulces y juguetes, aprovechaban la ocasión para proveerlos de material escolar: A mis muchachos (les traían los reyes) una caja de mazapán, de esa que hacen una culebra unos anises y alguna pelota. Y a nosotras, también, un cabás para ir a la escuela, y a ellos una cartera, también para ir a la escuela. Eso siempre. Primero unos cabás que eran primero el mío de hojalata, y luego ya de cartón que parecía material. (Villarrobledo)... Llevaban una muñeca y te la ponían en la ventana o en la cama por la noche de reyes (Villanueva de la Jara ).

En las fiestas de los Mayos, los niños ayudaban a montar altares y a adornar la Cruz de Mayo en las plazas y calles de los pueblos. Luego, adornados con sus mejores vestimentas y con coronas de papel o flores o simples gorros, iban en procesión por todo el pueblo junto a la cruz o a la imagen del santo.

La Primera Comunión coincidía con la entrada del niño en la pubertad. Era, por lo tanto, un rito iniciático que unía lo religioso con lo pagano. El vestido de las chicas de familias pobres lo solían coser las propias madres o abuelas, mientras que en las familias ricas eran las modistas las encargadas de coserlo. Muchas veces se recurría al préstamo de esta prenda para evitar gastos. La invitación se hacía únicamente a los familiares o amigos muy íntimos. La comida para celebrarlo –si es que se hacía- era sencilla, nada parecido a lo que se hace actualmente.



LA SOCIALIZACIÓN DEL NIÑO: DE LOS PRIMEROS PASOS A LOS JUEGOS DE CALLE

El niño, como individuo, era algo privado en un principio, pertenecía a la madre que lo llevaba en el vientre y nacía en una habitación privada, la de los padres, con ayuda de muy pocas personas. Pero esa privacidad dejaba de tener sentido desde el momento en que se comunicaba a los demás la buena nueva. Desde ese instante, hermanos, tíos y abuelos deseaban, tanto como la madre, aquel niño como un medio de asegurar la continuidad de esa familia. El niño dejaba de ser privado para convertirse en un ser público.
La llegada de un nuevo miembro familiar siempre era celebrada por toda la familia, aunque sin excesiva euforia sentimental, debido a los peligros que acechaban al recién nacido y a la madre en el parto y en los días posteriores al mismo. El padre era el que ejercía y representaba la autoridad en la familia, siendo la madre la encargada de desempeñar el papel de esposa y madre. Los hijos debían respeto y obediencia a los padres y abuelos, a quienes trataban de usted. En la familia recaía el papel socializador del niño, bien a través del padre y de la madre o del resto de los miembros (hermanos y abuelos) que convivían en el mismo hogar.
En las casas rurales y en muchas urbanas era raro que el niño tuviese un espacio propio. En los primeros meses compartía habitación o cama con los padres, para luego pasar a compartir una cama con uno o varios hermanos en otro dormitorio.
En el siglo XIX y primera mitad del XX, normalmente en casi todas las casas había cunas de madera, que solía hacer el carpintero del pueblo o el propio padre. En los hogares ricos, la cuna se convertía en un símbolo externo de riqueza, adquiriéndose en los mejores comercios. Cuando la economía de las familias no lo permitía –que era en muchos casos- se pedía prestada o alquilada.
En las casas humildes, el niño aprendía a andar gateando en el suelo de la cocina o en el corral de la casa. Algunas veces, la madre o la abuela cosían unos tirantes con abrazaderas que pasaban bajo los brazos para sostener al niño en sus primeros pasos. En otras ocasiones, se usaban tacatás, andaderas o polleras. Para pasear, cuando esto ocurría, el niño iba en brazos de su madre, y en muy contadas ocasiones se usaban coches de bebé, ya que estos eran caros, quedando reservados exclusivamente para familias de clase alta, que solían usar carricoches muy voluminosos e incómodos comparados con los actuales.

Para enseñarles a andar, se recurría, en la mayoría de los casos, al gateo y llevarlos de las manos: Yo me acuerdo de ver a mi hermano más pequeño en una jarapa (tirado) en el suelo (Liétor). Es que no tenía tiempo de jugar, tenía tiempo de coger a mis hermanos de la mano y enseñarlos a andar (Villanueva de la Jara). A veces, se utilizaban algunos artilugios hechos casi siempre por los mismos padres: …entonces, no me acuerdo yo con qué era… unas andaderas, también que se hacían con pana, se hacían como unos tirantes, se los ponían y cogías así de arriba y para ir andando. Y el carro también, esos de madera, que tienen ruedas, te metían en el carro y también te empujaban (Villarrobledo). Yo los metía en un carro de madera que tenía unas tablicas y un redondo en medio y tenía así como un pasador, pero de madera, pa sujetar la tabla, pa que no se cayera. Era la medida del cuerpo, y luego los sacaba, los paseaba yo por la casa (Casas de Lázaro ).
En las familias modestas la vida se desarrollaba básicamente en la cocina; mientras que en las familias burguesas era el salón el lugar dedicado a ello. Las hermanas mayores participaban en el cuidado y educación del hermano recién nacido. Las niñas, a partir de los cinco o seis años de edad, ayudaban a sus madres en las tareas cotidianas: barrer, coser, cocinar, fregar, alimentar a los animales domésticos y otras tareas hogareñas. El niño se dedicaba a jugar y, a partir de los cinco o seis años, a ayudar a su padre en las faenas del campo (cuidar los animales, acarrear ramas para el ganado, espigar, coger aceituna, etc.) o de la profesión que tuviese: carpintero, herrero, pastor, tendero...
En las familias rurales, los abuelos solían vivir bajo el mismo techo que los hijos y los nietos, contribuyendo con su ayuda a la socialización del niño. Los abuelos eran los encargados de cuidar del recién nacido, que dormía en una cuna de madera o aprendía a andar en una andadera o tacatá, cuando la madre y el padre estaban trabajando en el campo. Los abuelos solían contar al nietecito cuentos junto a la lumbre, mientras que la abuela ayudaba a la madre en el aseo y alimentación del pequeño y en la costura de la ropa que usaba, y le enseñaba oraciones que recitaba con él antes de dormir. En las familias ricas, el niño pasaba casi más tiempo con la nodriza que con su madre.
Los padres intentaban educar a sus hijos en el hogar a través de ejemplos e imitaciones y teniendo muy claro el papel que desempeñaba el padre (la autoridad, la experiencia, el poder) y la madre (el amor, los sentimientos, la protección). Los niños solían imitar al padre y las niñas a la madre. El trabajo, el respeto a las personas mayores, la obediencia y el respeto por el dinero ganado con el sudor de la frente, eran valores que se intentaban inculcar desde la más tierna edad. Las clases sociales altas recurrían a ayas para la educación de los hijos.
Los niños no eran educados igual que las niñas. Mientras que los primeros eran instruidos en las tareas del campo o del artesanado (en el caso de las familias pobres), o para desempeñar el poder en una empresa o en una actividad de servicios, en el supuesto de las familias burguesas; las niñas, en ambos casos, debían estar preparadas para ser buenas amas de casa, buenas esposas y buenas madres.

El miedo, el temor a lo desconocido y a lo sobrenatural, eran recursos empleados por los padres y los abuelos para atemorizar e impresionar a los hijos y conseguir que sus actos respondiesen a sus intenciones educativas. “Que viene el coco” o “Te va a comer el lobo” eran frases habituales en la educación doméstica de los pequeños en los siglos XIX y gran parte del XX. En este proceso educativo, los cuentos desempeñaban un papel relevante, sobre todo los contados por abuelos, madres y nodrizas.
En todos los niños y en todos los tiempos ha predominado el gusto por los juegos realizados en la calle. Juegos que casi todos ellos tenían en común el gusto por el movimiento, por las carreras. A través del juego al aire libre, el niño desarrollaba su cuerpo físicamente, ejercitando sus músculos, y se integraba socialmente en la pandilla.

Con la mecanización del juguete en el siglo XIX, en donde el proceso artesanal es sustituido por la fabricación en serie, se popularizan los juguetes, sobre todo los realizados en chapa de hojalata y madera. Sin embargo, el juguete ha sido a lo largo del tiempo un medio de discriminación social. Juguetes como la famosa muñeca Mariquita Pérez, o colecciones de soldaditos de plomo o plateados, que eran elaborados por maestros artesanos, eran de uso casi exclusivo de los hijos de las familias burguesas, debido a su alto precio. Había juguetes para niños y juguetes para niñas. Los niños preferían el tambor de hojalata, la pelota, los soldaditos de plomo, los caballos de cartón o de madera o las peonzas. Las niñas se divertían con muñecas, con los juguetes de cocina o con los juegos de mesa.
El niño proletario o campesino, para jugar, utilizaba juguetes sencillos o hechos por él mismo con los materiales y los objetos que había a su alcance: ramas de árboles, listones de madera, cajas de cartón, botes de hojalata, telas viejas, espuertas y serones de esparto... Todo ello le servía para hacer carricoches de madera, caballitos de caña, muñecas de trapo, espadas de madera, escudos de cartón... y así poder jugar a toros y toreros, a guerreros medievales, a camioneros, a agricultores, a amas de casa, al pillao, al escondite, al tranco, al corro de la patata y a tantos y tantos juegos en los que los dos únicos requisitos imprescindibles eran las ganas de jugar y la creatividad de los propios niños. Sin embargo, este tipo de juegos era más frecuente, como es obvio, en el campo que en la ciudad, donde los niños de las familias burguesas, mimados con juguetes caros para la inmensa mayoría del pueblo, tenían que practicar sus juegos en los pasillos de las viviendas o en los parques, bajo la atenta mirada de la doncella o criada.
Las calles eran el lugar de aprendizaje y de socialización del niño a través del juego. Corrían por calles llenas de barro o de polvo, según fuese invierno o verano; se mojaban en charcas, albercas y ríos; trepaban por el tronco de los árboles y las tapias de los corrales; se peleaban con palos y pedradas; ataban latas a los rabos de los perros y gatos. Eran juegos en los que primaba el esfuerzo físico, el riesgo y la violencia, en los que había unas normas consensuadas por todos los jugadores, con serias disputas con aquellos que las transgredían. Eran, en definitiva, juegos llenos de vida.
Muchos adultos de nuestra región, en entrevistas personales, manifiestan que cuando eran niños no tenían tiempo para jugar, por tener que ayudar a sus padres en las faenas del campo o ayudar a su madre en el cuidado de sus hermanos: Es que no tenía tiempo de jugar, tenía tiempo de coger a mis hermanos de la mano y enseñarlos a andar (Villanueva de la Jara ). Yo casi no jugué, pues a los seis años me pusieron con una señora (Casas Ibánez). Yo no he jugao, porque mi madre no tenía tiempo para que yo jugara, y tenía que trabajar (Casas Ibáñez). A pesar de estas situaciones extremas de algunos niños, todos recuerdan emocionados el gran mundo de los juegos que en la infancia han disfrutado, como señalan la mayoría de los entrevistados. Aún chispean sus ojos cuando los relatan y la expresión de sus caras cambia radicalmente olvidando la mala época que según algunos les tocó vivir, incluso recordando sus peleas de barrio o pandillas, que formaban parte de su diversión: nos apeñizábamos, o sea que nos juntábamos los de un barrio o en contra de otros y echábamos unas peñazinas... Me acuerdo que una vez estábamos peleando y ya cojo yo a uno de mis enemigos, lo cojo prisionero, y un amigo mío que venía le tira una piedra, éste que iba delante lo ve y se agacha y entonces me escalabró a mí (Casa Ibáñez).

Los niños se divertían con cualquier objeto y de cualquier manera: enseñaban a la cabra a topar, se subían en los troncos de los árboles a buscar nidos de pájaros, hacían rodar el aro de un cubo con un gancho, se hacían zancos con botes de hojalata… También jugaban con otros objetos que ya consideraban algo más especiales porque tenían que comprar, como la zompa, los bolos... y que algunos los conseguían ocasionalmente por viajes de sus padres.
Las calles eran el lugar de aprendizaje y de socialización del niño a través del juego. Corrían por calles llenas de barro o de polvo, según fuese invierno o verano; se mojaban en charcas, albercas y ríos; trepaban por el tronco de los árboles y las tapias de los corrales; se peleaban con palos y pedradas; ataban latas a los rabos de los perros y gatos. Eran juegos en los que primaba el esfuerzo físico, el riesgo y la violencia, en los que había unas normas consensuadas por todos los jugadores, con serias disputas con aquellos que las transgredían. Eran, en definitiva, juegos llenos de vida. Enseñábamos a la cabra a topar y luego no nos podíamos acercar a ella, solo estaba topando…la hija del pastor y yo nos íbamos a un lavajo que es un hoyo grande que va recogiendo toda el agua que llueve… toda la siesta la pasábamos al sol y metías en el agua...
Cuando no nos metíamos en el lavajo íbamos a buscar nidos, que nunca encontrábamos ninguno ...Una vez encontré pájaros recien salidos, con pelusilla, pero yo ¡que alegría llevé cuando vi el nido ! y cogí los pájaros (Villanueva de la Jara). Cualquier cosa servía para hacer un rudimentario juguete. Cuando no tenían los medios económicos para comprar, o incluso no había tiendas a su alcance donde poder hacerlo, la solución estaba en sus manos e imaginación: pelotas, balones... pero los hacíamos nosotros cuando jugábamos al fútbol, entonces no había pelotas de goma tampoco, liábamos trapos, y luego por fuera los cosíamos para que no se desliaran los trapos, y ese era el balón. También hacíamos zancos con botes (Pozo Cañada ). Con los aros, les hacíamos un gancho e íbamos rulando y dando vueltas por el pueblo (Casa Ibáñez) . Utilizábamos unas muñecas de trapo, con una media de seda les hacía los vestidos y les pintaba con un lápiz de color las cejas y los ojos ( Villarrobledo). Nos juntábamos los niños y jugábamos con un aro rulando o corriendo por las calles y otras veces en una cuba de sardinas nos metíamos uno amarrao y otro dando vueltas. (Casas Ibañez) Jugábamos con ruedas de la R.E.N.F.E. de esas que hay que pasan los “arambres”(sic) ...y a las carpetas (nos íbamos a la estación y en los vagones de abono les quitábamos las etiquetas a los sacos y con aquello se hacían carpetas) (Pozo Cañada ). Y también con unos huesos que había en la carne de la pierna, salían unos huesos y con esos jugábamos, y jugábamos con alfileres, no con dinero. Si salía el hueso de una forma, ponías un alfiler, si salía de otra, lo sacaba y si salía de otra, entonces te llevabas todos los que había, porque jugábamos varias,: hacíamos un corro y poníamos un alfiler e íbamos jugando... era lo que hacíamos (Villarrobledo). Mis hermanos, claro, jugaban a cosas de chicos. Yo como era la mayor tenía que ponerles arreglo. Luego que ya era mayorcica ya me gustaba tener una caja con muñecas, ya me sentaba yo allí un ratico (Casas de los Pinos).
Cualquier objeto formaba parte de los juegos de los niños en el pasado: el”chusque” consistía en poner sobre un tronco de palo los santos, los santos de las cajas de cerillas, y lanzar un tejo para ganar las estampas que cayesen (Villarrobledo). “La roma” era una vara así de larga (señalando el antebrazo), le hacías la punta y la tirabas a ver cual le ganaba al otro... Estábamos jugando tres o cuatro. Cada uno tiraba una vez el palo, entonces la punta con una navaja se la afilábamos, donde estaba la tierra calá y luego allí, por ejemplo un roal como la mesa, yo tiraba y entonces el otro tiraba a ver si podía arrimársela a la que había tirado antes (Casas de Lázaro)... a las bolas, al guá (Casas Ibáñez)...a la comba....jugábamos a la comba, al aeroplano que era... dibujábamos como un aeroplano en el suelo y con una teja le íbamos pasando con el pie cojo de una taleguilla, casilla a otra, y si pisaba la raya, ya se perdía, ya no se podía seguir jugando, le tocaba a otra (Villarrobledo).
También jugaban con otros objetos que ya consideraban algo más especiales porque tenían que comprar, como la zompa, los bolos....y que algunos los conseguían ocasionalmente por viajes de sus padres: iban a Cortes y nos traían alguna muñequeja, pero lo único. Les cosíamos braguicas, vestidicos y nos entreteníamos con eso (Casas de Lázaro). Fue mi padre a Valencia y me trajeron unos juegos de bolos y con aquello en la cámara jugábamos, y otras veces me los bajaba y jugaba con mis hermanos, con los bolos aquellos (Casas de Juan Níñez ).
En algunos juegos el dinero también formaba parte de ellos: jugábamos al palmo pared, con una perra de esas de 10 céntimos tirábamos a la pared y cuando arrimas a la otra un palmo te llevas las perras, por eso decíamos el palmo pared (Pozo Cañada). También jugábamos a las caras.. .jugábamos con dos perras gordas, la cara y la cruz, se echaban al alto y si salían caras... y se ponía así “al redor”(sic) la gente. El uno te echaba dos perrasgordas, el otro un real... lo que tenían. ¡Las caras arriba ! (Pozo Cañada ).
Había algunos juegos que, aún siendo aparentemente los mismos, tenían distinta denominación según los lugares: ... al salto, o sea uno se ponía agachao y los otros íbamos saltando y el que fallaba se tenía que poner y cambiaba. (Casas Ibáñez). Al fuera, blincaban por alto los chiquillos, se ponía uno agachao y blincaban (Villarrobledo). A la pídola. Es que se pone uno agachao y saltas por encima de él. (Casas de Juan Núñez).
En ocasiones el simple deambular por las calles o el observar a los mayores era suficiente motivo para entretenerse y divertirse: de que éramos pequeñas, 7 u 8 años, pasábamos todo el día en la calle para arriba y para abajo... (Montealegre del Castillo).

El niño también se socializaba en la escuela, además de aprender los conocimientos básicos de la lectoescritura y del cálculo, que distaba mucho de ser algo parecido al sistema educativo actual o al menos algo que tuviera una estructura en la que participaran, en mayor o menor grado, los elementos que forman parte de la comunidad educativa, tuviera un respaldo social grande o un interés manifiesto y claro de los propios padres y de las autoridades de la época.
Había también grandes diferencias según se viviera en una ciudad, en un pueblo o en una aldea o casa de campo, tan abundantes entonces. Se enviaba a los niños y niñas a la escuela, a “enseñarles algo”, cuando no se necesitaban para otra cosa, por la noche y con alguna persona, sin titulación en muchos casos, que tenía entre el grupo de personas con las que convivía, cierto saber de letras y números. En muchos casos, a estas personas si no eran maestros les servían las clases que daban para ganar unas “pesetillas”, para recoger algún pollo, conejo o docena de huevos que el alumnado les ofrecía como pago por sus servicios y que no les venían nada mal para su maltrecha economía, que al parecer era casi general. En otros casos, eran maestros nacionales los que impartían las clases y por supuesto la situación económica en la que se encontraban era la misma, o peor que la de sus vecinos, de ahí el dicho generalizado, “pasas más hambre que un maestro de escuela”.

Hasta el último tercio del siglo XX, los niños tenían que ayudar a sus padres en las faenas de la casa y, sobre todo, del campo. Por ello, el absentismo escolar era muy elevado en épocas de recolección.


TRABAJOS DE CAMPO: TESTIMONIOS SOBRE LA FAMILIA.

Evocación de distintos aspectos de su infancia en la familia a través de la entrevista.

Entrevistadora: Victoria Martínez
Entrevistado: Emiliano Martínez Rodríguez. 67años.
Fecha: 11 de mayo de 2002

- Háblenos de su familia.
- Mis abuelos paternos se llamaban María y Cándido y los maternos se llamaban Adrián y Benita. Mis abuelos paternos vivían en una pedanía de Liétor (Albacete) y los maternos vivían en Casablanca, otra pedanía cercana. Éramos cinco hermanos, cada uno en su trabajo: Antonio el mayor, José el segundo, Emilia la tercera, Emiliano en cuarto (que soy yo) y María Teresa la ultima.

-¿A qué se dedicaba José, el hermano mayor?
-- Se hacía la vida en el campo. De primeras cuando uno es pequeño iba uno a la escuela, escuelas rurales que había antes; a medida que fue uno creciendo pues ya a la agricultura, en el campo; hasta que ya fue uno mayor y fue trabajando por cuenta ajena, echando jornales y cosas y haciendo después también trabajos por la zona de Valencia, eso lo hice yo y después me vine a Albacete y estuve trabajando en el trasvase Tajo-Segura hasta que ya luego me casé y ya “pos “ se formó una familia o se intentó formarla.
-¿De dónde procedía usted y su familia?
- Mis padres se casaron en una aldea del Nidal, una pedanía de Liétor y allí se casaron y allí crecimos todos y desde allí nos hemos ido desplazando todos por los diferentes puntos por ahí, a otras provincias; yo mismo me vine aquí a Albacete.

-¿Cuántos miembros forman su familia?
- Ahora somos tres hijos y el matrimonio.

-¿A qué se dedicaba su padre y su madre ?

- Mi padre se dedicaba a la agricultura, en el campo y mi madre lo que siempre se ha hecho, las faenas de la casa y también “pos” ayudar a lo que se podía, ayudar en el campo o criar animales, conejos y cerdos o algo, lo que se necesitaba para vivir, lo que se podía.
-¿En qué se ocupaban los mayores?
- Primeramente en el campo, después se casaron y se fueron por ahí, a la zona valenciana y a la zona de Murcia también y el resto pues como uno mismo se ha ido poco lejos de donde nació.
-¿Cómo eran las relaciones con los demás parientes?
- Las relaciones eran buenas. Antes la gente se visitaba más que ahora, hoy se visita menos. Ha cambiado todo.
-¿Se reunían alguna vez todos los familiares? ¿Cuándo?
- Todos, todos, siempre, era difícil. Los más cercanos si, pero otros más lejanos ya es más difícil.
¿Cuándo? Hombre, siempre ha sido en alguna boda o alguna fiesta de la aldea o alguna cosa desagradable también. Cada uno se visitaba a medida de que podía ir.

- Las relaciones de vecindad, ¿cómo eran?
- Antes, yo creo que eran mejores que ahora. Hoy ni malas ni buenas. Antes había mucho aprecio, hoy ha cambiado mucho. Antes había más hermanamiento.
- ¿Era frecuente casarse entre parientes?
- Eso se ha mirado siempre poco, no se ha visto bien. Cosas remotas. Algún caso que otro se ha dado.
- ¿Cuál era la edad normal para el matrimonio en las mujeres? ¿Y en los hombres?
- Antes la gente se casaba sobre los 25-30 años. Los hombres si cabe algún año más. Alguna excepción había. Se juntaban o cosas así. Lo hacían mayores.
- ¿A qué edad se casó?
- Yo me casé a los 31 años.
- ¿De dónde procedía su mujer?
- Mi mujer era de la misma aldea que yo.
- ¿Cuántos hijos tuvo?
- Tengo tres hijas: María Dolores, Carmen y Victoria.
- ¿A qué se dedican?
- Se dedican a trabajar en lo que pueden.
- ¿Quién se encargaba de la educación?
- De la educación se encargaba tanto el padre como la madre, el que podía estar al tanto de las cosas.
- ¿Quién administraba la economía?
- La economía se administraba de común acuerdo, creo yo que se ha hecho así. Es cuestión del matrimonio.
- ¿Sabían todos leer y escribir?
- Mi madre no sabía leer ni escribir, pero los demás si. Ella no llegó a saber.
- ¿Cómo era su casa?
- Mi casa era una casa de campo, de pocos lustres. Hace ya más de setenta años largos que está hecha. Las casas eran pobres.

Entrevistadora: Carmen Hernández López
Entrevistada: Emilia Simón Andújar. 90 años
Lugar de la entrevista: Lezuza (Albacete)
Fecha: 12 de mayo de 2002
¿De dónde procedía su familia?
-Mi madre era de Lezuza y mi padre de Balazote; mi abuela Jerónima era de El Robledo, era la madre de mi padre, y mi abuelo Francisco, era de Balazote, era Veterinario y vivían allí, en Balazote. Ella se llamaba Jerónima Ruiz González y mi abuelo se llamaba Francisco Simón Pardo. Tuvieron (mis abuelos), yo conocí, cuatro hijos: mi padre, mi tío José, mi tío Enrique y mi tía Acacia. Los padres de mi madre se llamaban Ramón Andújar García y Josefa Marín González, su mujer.
- ¿Cuántos hijos tuvieron sus padres?
- Dos hijos.
- ¿A qué se dedicaba su padre?
- Mi padre estaba en una ebanistería en Albacete porque no quiso estudiar y mi abuelo dijo que un gandul no iba a ser y lo mandó a Albacete. El mayor era Veterinario y mi padre se fue a Albacete y sabía muy bien el oficio de la ebanistería hasta que se casó. Al casarse se fue a Tiriez porque mi abuela tenía allí una labor; tenía 300 celemines en la vega y 300 fanegas en secano y mi abuela dijo yo ya me voy a vivir a mi casa en Balazote y les parto a mis hijos y al partir pues ya mi padre se casó y se fue a Tiriez y allí hemos vivido hasta hace muy poco, aún tenemos la casa. Yo estoy “criada” en Tiriez y venía a Lezuza “por temporás” con mi abuela, la madre de mi madre y ya me hice novia aquí y me casé y aquí vivo.
- ¿Cómo eran las relaciones con los demás parientes: abuelos, tíos, primos?
- Mi madre tenía tres hermanos: Ernesto, Manuel y Antonio. Antonio era médico y estuvo mucho tiempo de médico en Madrid, era íntimo amigo de omidito y allí estuvo muchos años y luego sus señores, Los Frías, esos que robaron de La Torre de Juan Abab, pues se lo llevaron allí. El dijo que no se quería ir porque allí no ganaría para comer, pero le dicen esos señores que “lo que le haga falta para vivir se lo damos, usted se viene aquí” y allí se fue. El otro era maestro, mi tío Ernesto, que estuvo en Alcaraz muchos años y el otro se quedó con la carrera a medio, era abogado, aunque le faltaba un año para terminar, pero se murió mi abuelo y como era el que ganaba, pues paró los estudios y no terminó y era el que estaba con mi abuela en Lezuza.
- ¿Se reunían alguna vez todos los familiares? ¿Cuándo?
- En Pascuas y en las fiestas de Mayo
- ¿Era frecuente casarse entre parientes?
- Si, si lo era, pero nosotros no; no hay primos casados.
- ¿Cuál era la edad normal para el matrimonio?
- Yo me casé aquí en Lezuza, con uno de Lezuza. El tenía 30 años cuando nos hicimos novios y yo tenía 21. Me llevaba 9 años. Luego me casé, fui novia tres años; así que, él tenía 33 años y yo 24. Tuve 7 hijos: cuatro hijos y tres hijas.
- ¿A qué se dedicaba su marido
- Tenía un ganado muy grande y se dedicaba a las tierras, vivíamos de eso y gracias a Dios muy bien.
- ¿A qué se dedicaban sus hijos?
-Pues cuando salieron de la escuela ya cada uno cogió su marcha; en fábricas estaban y están.
- ¿Sabían todos leer y escribir?
- Si todos sabíamos leer y escribir. Mi padre iba a la escuela en Balazote y mi madre en Lezuza y yo en Tiriez y en Lezuza.
- ¿Cómo era su casa?
- Era muy buena; aún está como era, tenía habitaciones arriba y abajo. Esta casa donde ahora vivo me la dejó mi tío, la mitad de la casa que es la que mi Pili ha arreglado, él me dijo “el día que tú faltes que sea para Pilar” , no hay escritura, de palabra me lo dijo: mi parte se la das a Pilar. Y se la di y ella la ha arreglado y aquí vive y yo vivo con ella; me vine con ella. Lo que mi tío tenía me lo dejó a mi todo; él tenía una criada y yo le traía comida y estaba con él.
- ¿Cómo eran sus relaciones con su suegra?
Era muy buena mujer y me llevaba muy bien con ella, ya lo creo y ella también conmigo. Se quedó viuda joven, de 54 años, con 7 hijos: Heraclio, Dolores, Amparo, Lázaro, Marta, Carmen y Fernando. Ellos vivían en La Casa del Vado, en verano y en invierno en Lezuza. La casa era del abuelo Aniceto. Yo no conocí al abuelo Aniceto, murió antes de que me casara. La abuela era muy valiente y lo sacó todo adelante, tenía un rentero. Sus hijos no trabajaban, estaban a la vista de todo, iban a rentar y todo eso, pero trabajar en la tierra, no. Tenían mucho ganado, ellos estaban en muy buena posición.
Con la abuela, mi suegra, se fueron dos nietas, por temporás, y cuando se casaron la abuela entonces se fue con su hija Marta. Casi todos los días íbamos a verla, ella nos contaba cosas de sus padres. Ella sabía la historia de la gente, de la vecindad.
Mi marido murió joven, con 64 años. Murió de algo de corazón.
Esta fotografía es la de mi boda, el único recuerdo de la boda; está hecha en el patio. Llevo un velo blanco, un vestido largo negro y el ramo de flores en la mano con un lazo muy grande blanco. También llevo lazos blancos en los hombros. El vestido lo quise negro, ¿sabes porqué no quise blanco? Pues porque el blanco te lo quitas y ya no te lo pones más o te lo tienes que tintar, y yo dije, a mí que me lo hagan de boda, como si fuera un vestido blanco y luego me lo arreglaron y me ha servido y de ser blanco no me lo hubiera puesto, y por eso quise negro. El blanco siempre está colgado en el armario. Así se casaban antes aquí mucha gente. El pelo recogido y a ondas. Hace que me casé 66 años; me casé el 18 de enero de 1936 y la guerra estalló el día 18 de julio.
- ¿Cómo vivió la Guerra Civil?
A mi marido se lo llevaron a las trincheras de Extremadura. Tenía entonces una hija de un año. Allí estuvo dos años; era de la quinta de veintitrés, y se llevaron la quinta del 23 y del 24 juntas. En casa nos arreglábamos mal. Me fui con mis padres esos dos años.
- ¿Tuvo noticias de él?
- Escribía mucho. Estuvo, recuerdo, un mes sin saber nada de él y yo pensaba “lo han matao” y luego de golpe tuve 6 cartas y así venían. Cuando volvió vino “comidito de piojos”, no te lo quiero ni decir. Eso era padecer, hija mía. El llevaba la munición a las trincheras. No le gustaba hablar de la guerra cuando volvió. Para qué, decía, si aquello ya se ha pasado. Bastante pasé. Vino muy delgado.

ENTREVISTA SOBRE LA FAMILIA
NOMBRE DEL ENTREVISTADOR: Cintya y Verónica (3º ESO)
NOMBRE DE LA ENTREVISTADA: Llanos Angosto (70 años)
FECHA DE LA ENTREVISTA: 3 DE JUNIO DE 2002

- ¿De dónde procedían sus padres?
- Mi padre de Motilleja y nosotros, ya, de Albacete.
- ¿Cuántos miembros la formaban?
- Somos cinco. Tres hijos y el matrimonio
- ¿A qué se dedicaba su padre?
- Mi padre trabajaba en la Renfe, era fogonero.
- ¿Qué labores hacía la madre?
- En casa, con nosotras.
- ¿En qué se ocupaban los hijos mayores?
- Pues cuando fuimos chicos, estuvimos en casa, luego el colegio y luego -cuando éramos mayores, pues a trabajar.
- ¿En qué trabajaban?
- Mi hermana trabajaba en un comercio, mi hermano era camarero y yo, que trabajaba en una droguería.
- ¿Cómo eran las relaciones con los demás parientes?
- Pues muy bien.
- ¿Se reunían alguna vez todos los familiares? ¿Cuándo?
- Pues si, nos reuníamos cuando podíamos, porque mi padre trabajaba como fogonero y estaba mucho tiempo fuera de la casa, de servicio, pero en Navidades y en la Feria de Albacete nos solíamos reunir.
- ¿Cómo eran las relaciones de vecindad?
- Como familia. Todos nos llevábamos muy bien.
- ¿Era frecuente casarse entre parientes?
- Pues en mi familia no. Casos he oído, pero en mi familia yo no conozco ninguno.
- ¿Cuál era la edad normal para el matrimonio en las mujeres? ¿y en los hombres?
- En las mujeres los 24 o 25 años. Y en los hombres un poquito mayor, unos 29 o 30 años.
- ¿A qué edad se casó?
- Yo me casé a los 26 años.
- ¿De dónde procedía su marido?
- Mi marido procedía de Alcaraz.
- ¿Cuántos hijos tuvo?
- Tuvimos 3 hijos. Dos hijas y un hijo.
- ¿A qué se dedicaban usted y su marido?
- Mi marido era empleado de almacén y yo en mi casa con mis hijos.
- ¿Quién se encargaba de la educación?
- Entre los dos. Entre mi marido y yo.
- ¿Quién administraba la economía?
- El dinero lo administraba yo; pero claro entonces no había el dinero que hay hoy, había menos dinero y podíamos comprar menos cosas, pero aún así no se criaron mal mis hijos.
- ¿Sabían todos leer y escribir?
- Pues sí
- ¿Cómo era su casa?
- Una casa de clase obrera, que ni era un palacio ni tampoco una cuadra. Se podía vivir bien.
- ¿Cuál era el papel de los abuelos?
- Mi madre murió en mi casa y mi suegra también. Mi casa era un asilo, todos los viejos venían bien y mis nietos también. Mi casa ha sido un refugio de familia.


ENTREVISTA A MANUELA GALERA. 75 AÑOS.
ENTREVISTADORA: AMALIA ROMERO (3ºESO)
FECHA: 3 DE JUNIO DE 2002.

- ¿De dónde procedían?
- Mi padre procedía de Almería y mi madre de Albacete.
- ¿Cuántos miembros formaban su familia?
Dos. Mi hermana y yo. Bueno y mis padres.
- ¿A qué se dedicaba su padre?
- Mi padre era militar.
- ¿Qué labores hacía la madre?

En casa, sus labores.
- ¿En qué se ocupaban los hijos?
- La mayor era yo, y dos años menos mi hermana, íbamos al colegio y después ya nos pilló la Guerra Civil y nos prohibieron ir al colegio porque mi padre era militar y lo fusilaron los rojos y nos dijeron que no teníamos derecho a ir a clase; entonces a mi madre la perseguían porque querían matarla también como a mi padre, entonces nos fuimos fuera y estuvimos los tres años de guerra prácticamente escondidas. Al terminar la guerra nos vinimos a Albacete y cuando yo tenía 16 años murió mi madre y entonces nos quedamos huérfanas y nos crió mi abuelo, que era maravilloso, para mí. Mi abuelo era como mi padre. Luego ya estuve colocada en varios sitios: estuve de telefonista en el Gran Hotel, de cajera en El Precio Justo, en el Ayuntamiento y en varios sitios, hasta que, en fin, tuve relaciones con el que fue mi marido y a los cinco años me casé. Yo tenía 25 años y formamos una familia.
Mis hijos estudiaron todos. Tuve 7 hijos. Unos han sacado carreras y otros no.
- ¿Cómo eran las relaciones con los demás parientes?
- Familiar. Muy familiar. Estupenda, éramos maravillosos. Somos una familia maravillosa.
- ¿Se reunían alguna vez todos los familiares?
- En cumpleaños y en fechas señaladas, nos reuníamos y nos visitábamos todos los días, éramos como .. como nos criamos huérfanas pues éramos como si fuéramos hermanos todos.
- Las relaciones de vecindad ¿cómo eran?
Bien. Yo siempre he tenido muy buenas vecinas.
- ¿Era frecuente casarse entre parientes?
- Pues era frecuente, pero en mi familia ninguno.
- ¿Cuál era la edad normal para el matrimonio?
- De los 23 a los 25-26 en las mujeres y en los hombres de 27 a 30 años.
- ¿A qué se dedican ahora sus hijos?
- Son profesores de Educación Física tres y dos trabajan en el Hospital.
- ¿Quién se encargaba de la educación?
- Su padre y yo.



BIBLIOGRAFÍA:

- Borrás, J.Mª (1996): Historia de la infancia en la España Contemporánea. Ed. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Madrid.
- Prust, A. (1989): Historia de la vida privada. Tomo V. De la primera guerra mundial a nuestros días. Ed. Taurus.
- Abella, Rafael (1975): La vida cotidiana en España bajo el Régimen de Franco. Ed. Argos Vergara. Barcelona.
- Sánchez Vázquez, I. (1986): Castilla-La Mancha en la Época Contemporánea. Ed. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
- VV.AA.: Revista Zahora. Artes y Tradiciones Populares de la provincia de Albacete. Varios números: 8, 9, 30.
- VV.AA. (2002): Las regiones de la memoria. Ed. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.

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